Comentario
El análisis arqueológico está modificando relativamente la imagen desoladora y catastrófica que se tenía hasta ahora a través de los textos escritos de los núcleos de población urbana. Esta consideración debe ser matizada, pues si bien siempre se ha dicho que las ciudades durante la Antigüedad tardía sufren una decadencia evidente, este hecho no es cierto. Un análisis pormenorizado de las fuentes y una yuxtaposición de los datos arqueológicos nos ayudan a ver la realidad de los tejidos urbanos. Lo que sí es cierto es que la información es todavía fragmentaria y permite con dificultad concebir la evolución urbanística y la vida cotidiana. La vida en las ciudades continuó existiendo de forma bastante enérgica hasta al menos el siglo VI, momento en que parece existe una reducción de las diferentes actividades, respetando su especificidad económica. Así, es cierto que grandes núcleos urbanos que habían jugado importantes papeles políticos, religiosos o administrativos como Caesaraugusta, Barcino, Tarraco, Carthago Spartaria, Corduba, Hispalis, Emerita Augusta, Olisipo, Toletum, etcétera, siguieron teniendo actividades comerciales y mercantiles, al menos durante toda la época del reino visigodo de Toledo, aunque otros tejidos urbanos de menor envergadura sí redujeron este tipo de actividades.
Existió un número muy reducido de administraciones locales y municipales que siguió manteniendo el nivel de vida de algunas clases sociales, puesto que las instituciones romanas estaban en pleno proceso de desaparición. La inutilidad de las instituciones administrativas las condujo a su propia extinción y sustitución por el municipio hispano-visigodo, que tanto auge tuvo a mediados del siglo VII.
De todas las instituciones municipales romanas la que sí perduró, hasta bien entrado el siglo VII, fue la curia y la mayoría de curiales eran romanos. Sus principales funciones estaban ligadas a la administración local relativa a la ciudad y su territorio circundante y a la recaudación de los impuestos. La condición de curial obligaba de por vida, por tanto no se podía tampoco acceder a una condición eclesiástica. Además, las leyes respecto a las propiedades y tierras de estos consejeros municipales eran rígidas y no permitían su venta o arrendamiento.
Otro de los problemas urbanos es la afluencia de pobres que están a la búsqueda de un lugar de habitación autónomo y no dependiente de una obligación propia o ajena. Muchos edificios y terrenos están abandonados y sirven precisamente para cobijar a los pobres. La pobreza, desde la Antigüedad tardía hasta la época medieval, se presenta como un problema de tipo social grave, cuya resolución era casi imposible, puesto que el círculo vicioso que se crea en ella misma es prácticamente insoluble. La precariedad de las condiciones de vida obligaba al vagabundeo, daba lugar a la ausencia de higiene y a la pésima alimentación. De ello se derivaba el hambre e incluso la mortandad.
El aumento de población pobre, sumado al gran número de mendicantes que vivía en los espacios urbanos, complicó e hizo cada vez más graves los problemas ocasionados por las diferentes y cada vez más abundantes epidemias, sobre todo la peste. Las oleadas de peste fueron continuas a lo largo del siglo VI, pero las más devastadoras se propagaron en el siglo VII, lo que condujo a que la pobreza, la mendicidad, la enfermedad y la mortandad estuviesen encadenadas.